miércoles, julio 28, 2010

El límite del fin del mundo. parte I


El hecho de saber que estas haciendo una estupidez, no implica que la dejes de hacer...

I

El sol de invierno poco a poco dejaba de iluminar la tarde mientras varios sujetos y yo degustábamos un par de caguamas heladas para mitigar el cansancio de varias cascaritas de fut. Curiosamente esa era una escena ya muy poco frecuente por esos años, cuando nuestros destinos empezaban a divergir.
Justo en el ocaso de aquel día llegó Gustavo, como caído del cielo para darle sentido a nuestro viernes de fin de año, doblando por la esquina dejando ver su inconfundible silueta al son de "¿Qué pedo, ya se va a armar?"

No tardamos mucho, un hora a lo sumo para quitarnos aquella nubosidad mental provocada por las 4 coronas que ya reposaban en la sangre, para volvernos a reunir debajo de la palmera y el farol, aquel típico farol.
El ambiente aburrido y anaranjado de la casa de Hugo resultó mas aletargante que la propia cerveza, que de tan tibia, nos amargaba mas que el gusto, el humor. Una sugerencia flotó en el aire como una bocanada de humo inunda el espacio:

-Vámonos a Garíbas.

Y con un "Sí" generalizado fuimos saliendo a la penumbra de la calle, solo para que poco a poco empezara a diluirse la idea. Al cabo de 15 minutos solo 4 de nosotros nos mantuvimos en pie de guerra emprendiendo el camino al safari nocturno.

Antes de abordar nuestro decadente transporte público, Jasset se bajó de la aventura, la figura paterna siempre se impone. Decididos a mantener nuestras neuronas ahogadas en alcohol y continuar nuestro camino Ariel, Gustavo y yo. Finalmente llegamos, después de 15 minutos en microbús y 17 estaciones del metro nos apeamos en la terminal para emerger a las entrañas del monstruo citadino. Buscamos nuestro clásico quiosco y entre música de mariachi, niños jugando a la pelota, indigentes y una peste a miados nos instalamos y degustamos un finísimo Reyes mezclado con el muy clásico refresco de cola. Una, dos tres, cuatro “cubetas” por cabeza hacían que la velada transcurriera relajada y tranquila, augurándose un final sin vicisitudes poco comunes, pero nuestro pésimo cálculo de la cantidad de cola necesaria para matar una botella de ron falló rotundamente, por lo que decidimos ejecutar la botella con un Jarrito de tamarindo de medio litro. Y valió madres. Cual espuma de cerveza agitada, el alcohol se nos fue a la cabeza a exceso de velocidad, deperrente el caminar se volvió inestable y dando tumbos llegamos a la entrada del metro so pretexto de ir al departamento de Gustavo a conseguir feria para las putas.

Las puertas del vagón se abrieron para dar paso a nuestro andar sinuoso en medio de aquél anden semivacío. La sensación de que cualquier cosa era posible nos inundaba las neuronas e impulsaba nuestros vacilantes pasos a través de un túnel donde transitaban los zombies nocturnos del defectuoso, de la ciudad de cagadas. De reojo ví un teléfono público, voltee al frente y como si tuvieran vida propia, las palabras brotaron al vacío:

-¿Nos lanzamos a Cuautla?

Esperaba un automático y veloz “¡No!” a cambio de eso, un brillo raro en los ojos de mis acompañantes me hizo saber que sí, cualquier cosa era posible. Emprendimos una carrera loca a la entrada de la TAPO, buscando afanosamente un transporte para llegar a esa provincia que inexplicablemente se me había metido a la cabeza. Para nuestra fortuna ya no había salidas a dicha provincia a esas horas de la noche.

Sólo Gustavo entró en razón: “¿Y si vamos a Taxqueña? Vamos pimero a mi casa para sacar feria”. “Everyone makes one mistake, One more time for old times sake, One more time before the feeling fades

-¿Te sabes esa rola?

-Nel, no me suena…

El vaivén de las luces nocturnas alentaba la incertidumbre del futuro a 10 cuadras. Mientras el microbús avanzaba, algo me decía que la noche acabaría muriendo en la azotea del aquel edificio azul.