miércoles, agosto 11, 2010

El límite del fin del mundo. parte III


III

El despertar fue ciertamente abrupto, cuando un empleado del hotel nosequé llegó para gentilmente mandarnos a la verga, por que afeabamos la belleza de la playa. Un poco mas repuestos caminamos a buscar una promesa hecha el día anterior por un chofer de la “Totis”, esa marca mexicana de chicharrones que usa a un conejo feo como mascota. Tomamos el transporte público para salir del puerto y nos instalamos en la gasolinería, donde conseguimos asearnos y refrescarnos considerablemente. El incauto de la “Totis” nos dejó plantados y haciendo de tripas corazón empezamos a caminar. Durante alguna parte del trayecto conseguimos movernos en lujosos microbuses “urbanos”, en otras no tuvimos mejor opción que caminar sin importar el sendero. Curvas, rocas que bordean la semidesierta cinta asfáltica, un río y desde el puente el cuadro de un grupo de señoras lavando la ropa de la familia mientras algunos escuincles juguetean lejos de sus madres. Avanzamos 2 o 3 pueblos, no lo sé, pero llegó el momento en que paramos en alguno de ellos, una parada de camión nos sirvió de refugio ante el despiadado sol tropical mientras veíamos con cierto gesto de súplica y envidia a un chiquillo que llevaba las tortillas recién hechas para acompañar el almuerzo familiar.

-“¿Pero que pinche necesidad? ahí voy de pendejo a seguir a estos weyes, ahorita estaría en mi casa viendo la pinche tele…” – mi dialogo interno se vió interrumpido por la voz de Luis que había conseguido un bolillo y un poco de agua con algún benevolente oriundo del lugar.

Ante la visión de nuestro trayecto por andar decidimos reanudar la marcha que a estas alturas tenía más tintes de manda religiosa que de desesperado intento por regresar a casa. Carretera de nuevo y el clima no colabora con nuestro humor que poco a poco se deja ver mas desgastado y fácilmente volátil. Esporádicos chistes de mis compinches me sacan de recriminaciones mentales que curiosamente y a pesar del cansancio, no me hacían sentir emocionalmente mal, de alguna forma era excitante el hecho de estar abandonados sin comida en medio de la carretera federal, bajo el azote de un sol inclemente, lejos de todo, en medio de la nada.

El cadáver de un murciélago, metros adelante el de una rata, pasando una curva una serpiente, un poco mas allá un sapo y un alacrán, a lo lejos una casa y para nuestra fortuna el clima empieza a nublarse y no tengo idea de la hora. Ante nuestra “glamorosa” apariencia, los residentes del lugar no tuvieron objeción en darnos un aventón a Xaltianguis y darnos un plátano a cada uno… lo que fuera.

Trepados en la caja de una camioneta, con el viento enfurecido golpeándonos, nos perdimos entre la sierra, los densos nubarrones se formaban a medida que avanzábamos, copando la punta de los cerros y regalándonos un espectáculo singular.

El sonido del motor de la camioneta se alejó a medida que se perdía en la distancia, mientras mirábamos con curiosidad a nuestro alrededor para decidir el siguiente paso. Ante la pertinaz llovizna que empezaba a caer sobre el pueblo caminamos un poco hasta hallar un paradero de autobuses. Como siempre, nuestro ingeniero social se encargó de conseguirnos transporte a la capital del estado: Chilpancingo.

Dos horas de sueño después llegamos a Chilpancingo, ya cuando la tarde empezaba a caer. Nos dedicamos a buscar algo para comer, lo que fuera. Una oferta engañosa de espiritiflaúticos jotdogs de media salchicha nos sirvió para amainar el hambre. Son las 8 de la noche del domingo y no tenemos forma de volver. No hay dinero, no hay quién nos de un aventón hasta el DF y estamos sudados, sucios y cansados después de un día entero de avanzar a aventones y maratones.

-¿Y si le hablo a mi papá? Yo creo que aquí si viene por nosotros.

Las miradas de todos se me fueron encima como cuestionando mi anuencia a tal medida.

-¿Yo que? ¿por qué me ven así? ¡Yo tambien quiero regresar!

Until the end of time In another life, Until the day I die, Just save it up for one more try, Save it for the next goodbye” Hecha la llamada sólo teníamos que esperar el arribo del padre de Luis ¿Cuánto tiempo podría ser? Con una cajetilla de cigarros y un refrescote de 2 litros aguantamos la espera afuera de la central de autobuses de Chilpancingo. De alguna manera, el viaje nos hermanó un poco mas, quien me conozca sabe que hasta antes de esa noche, no solía atreverme a nada.

A la una de la mañana llegó el padre de Luis, quien después de un discreto regaño se nos volvió a unir en la parte trasera de un Tsuru azul marino que en 4 horas nos regresó a Chilangolandia. Los prudentes tíos de Gustavo nos dejaron sobre periférico a las 5 de la mañana, Ariel Gustavo y yo emprendimos un regreso menos complicado y tortuoso a nuestra realidad cotidiana, finalmente cruzar la ciudad ya no representaba precisamente un reto.

Durante varios días, semanas diría yo, nuestra aventura se difundió como una leyenda, por lo menos en voz de aquellos que aún compartían con nosotros esas últimas tardes de fútbol y cerveza.

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